La paz en Siria, un país sumido en la guerra hace más de 7 años, ya no está en las manos de Was-hington ni de las Naciones Unidas. Ahora, tras todas las cumbres fallidas entre el régimen y la oposición celebradas en Ginebra, ha llegado el momento de Rusia, Irán y Turquía de proponer una resolución al conflicto y apuntalar, por lo tanto, al dictador Bashar el Asad en el Gobierno de Damasco.
Surge, por lo tanto, una nueva coalición internacional en la que Turquía, miembro de la OTAN, parece cambiar de bando y defender las posturas de Irán y Rusia.
“Hay contactos entre el régimen de Asad y representantes de la oposición para acudir a una reunión en Astaná (la capital de Kazajistán)”, dijo ayer el ministro de Exteriores de Rusia, Sergéi Lavrov, que no concretó cuándo se celebrará dicha conferencia de paz, aunque se espera que tenga lugar a mediados de enero. “Vamos a promover nuestra cooperación con Ankara, Teherán y otros países de la región sobre el asunto sirio”, añadió Lavrov.
A esta reunión no ha sido invitado el Alto Comité para las Negociaciones, el órgano que representa a los grupos de la oposición bajo la bandera del Ejército Libre Sirio. “No tenemos ninguna conexión con este tema”, declaró un portavoz, perplejo por no haber sido informados de que las negociaciones van a seguir en Astaná sin su participación.
Moscú y Ankara negocian un alto el fuego en Siria, según asegura la agencia de noticias estatal rusa RIA Nóvosti. Sin embargo, los rebeldes del Ejército Libre Sirio no han sido informados de manera oficial y, en todo caso, no piensan respetarlo. La intención de Rusia y Turquía es aprovechar la tregua para separar “a la oposición moderada de los grupos terroristas”, según indica el despacho de RIA Nóvosti.
En apenas un año y medio Rusia, Turquía e Irán han dado la vuelta a la guerra en Siria y arrinconado a Estados Unidos.
Cuando Moscú decidió intervenir para salvar su única base militar en el Mediterráneo, en Latakia, El Asad estaba a punto de perder la guerra. Teherán, por su parte, iba a quedarse sin uno de sus máximos aliados en el pulso que libra con Arabia Saudí. Ankara, además, era regañada constantemente por Washington por su pasividad ante el flujo de yihadistas en sus fronteras. La Administración Obama, asimismo, ayudaba económica y militarmente a los kurdos, que están en guerra con Turquía.
Este malestar turco cristalizó ayer en unas duras declaraciones del presidente Recep Tayyip Erdogan, que aseguró que la coalición liderada por Estados Unidos no está cumpliendo sus promesas de luchar contra el Estado Islámico (EI). “Tenemos pruebas de que Washington ha apoyado a grupos terroristas en Siria, incluido el EI y las milicias kurdas”, declaró.
Rusia, ahora, ha mantenido su base militar en Latakia y se ha erigido como potencia militar en Oriente Medio, sobre todo tras la batalla de Alepo, bombardeada extensivamente por la aviación rusa. Irán, que sale del ostracismo internacional gracias al acuerdo de no proliferación nuclear con Estados Unidos y la Unión Europea, mantiene a su aliado chií en Damasco y avanza en la derrota a la oposición suní siria, respaldada por los saudíes. Erdogan, por su parte, mientras se aleja de Washington, acumula poder, purga a la oposición y acaba con las aspiraciones políticas de los kurdos en Turquía.
Fue en el pasado mes de julio cuando los intereses de estos tres países se encontraron. Turquía superó un intento de golpe de Estado. Erdogan culpó al líder religioso Fethullah Gülen, refugiado en EE.UU., que lo protege de la extradición que han solicitado las autoridades turcas. Obama tardó en condenar la asonada y ha criticado las purgas masivas, con más de 40.000 detenidos y decenas de miles de funcionarios expulsados de la Administración turca.
El primer viaje de Erdogan después del golpe fue a Moscú. Pidió perdón por haber derribado un caza ruso sobre la frontera siria. Putin aceptó la disculpa y así nació una nueva alianza.
Tan fuertes son estos nuevos lazos que ni el asesinato del embajador ruso en Turquía, la semana pasada a manos de un yihadista, ha enturbiado la relación.
“El crimen es, sin lugar a dudas, una provocación destinada a abortar la normalización de las relaciones entre Rusia y Turquía, y torpedear de paso el proceso de paz en Siria”, dijo Putin el mismo día del atentado (19 de diciembre), víspera de un encuentro en Moscú entre los ministros de Asuntos Exteriores de Irán, Turquía y Rusia. En esta reunión se acordó impulsar las negociaciones de paz en Astaná.
Lavrov considera que los tres países han rubricado su decisión de “luchar juntos contra los terroristas” y “contribuir al desarrollo del próximo acuerdo entre el Gobierno de Siria y la oposición”. “Estoy seguro –añadió– de que nuestras acciones conjuntas ayudarán a Siria a superar el estancamiento”.
Su homólogo turco aseguró que los beneficios de un alto el fuego en Siria “no se aplicarán a los grupos terroristas”, lo que, además de dejar fuera al EI también perjudicará a muchos grupos rebeldes.
Queda la duda del papel que interpretará Donald Trump, que el 20 de enero asume la presidencia de EE.UU. Lo más previsible es que acepte el liderazgo militar y diplomático de Rusia en Siria. Así se deduce, al menos, de los elogios que ha dedicado a Putin.
El apoyo de EE.UU. a Rusia, sin embargo, puede verse comprometido por la oposición de los republicanos y de Trump al acuerdo nuclear con Irán. Israel presionará a la nueva Casa Blanca para que modifique el acuerdo y el flamante presidente parece inclinado a hacerlo. Trump deberá entonces elegir porque está claro que Putin le aconsejará dejar el tratado nuclear como está.
A pesar de los intentos de poner fin a la guerra en Siria, las muertes no dejan de aumentar. Staffan de Mistura, enviado especial de las Naciones Unidas en Siria, calcula que son cerca de 400.000. Otras fuentes, sin embargo, aseguran que ya hay más de medio millón de muertos. Las víctimas seguirán aumentando porque nadie espera que los rebeldes, ahora atrincherados en Idlib, se rindan o acepten el alto el fuego que les ofrezcan Rusia, Irán y Turquía.
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